CENTENARIO DE LA PROVINCIA VICENTINA DE COLOMBIA
BREVE HISTORIA DE LA PROVINCIA DE COLOMBIA DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISION
P. Carlos Albeiro Velásquez, C.M.
29 de abril de 2013
Los primeros lazaristas
franceses que llegaron a territorio colombiano lo hicieron en 1870. Fueron enviados para asumir la obra de la
formación del clero en la vasta diócesis de Popayán. La Provincia, que entonces se llamó de ‘América Central’, estaba compuesta
por las casas de Quito y de Guayaquil (Ecuador), de Popayán (Nueva Granada), de
Lima (Perú) y de Guatemala. Su crecimiento en personal y en obras (tanto
de formación del clero como de misiones populares) fue notorio. Se fue organizando en sus estructuras, fue
consolidando la formación y, de este modo, se hizo realidad aquello que uno de
los pioneros, Gustavo Foing (31 octubre 1871), alcanzó a vislumbrar en su
primer reporte cronístico: “El porvenir
de la Compañía en este país se ve venir halagüeño. El círculo de nuestras obras
parece que se ensancha”. De un primer período vale la pena
recordar algunas fundaciones que han sido significativas, por su fecundidad
apostólica o porque aun se conservan: el Seminario de Popayán (1871), la casa
de Cali (1885) que será casa de formación y luego residencia del Visitador
Provincial, el Seminario de Tunja (1891) donde hubo siempre fecundidad
vocacional que benefició a la misma Comunidad, la Apostólica de Santa Rosa de
Cabal (1894) que por más de un siglo fue literalmente un ‘semillero’ de
vocaciones vicentinas.
Ya entrado el siglo XX
se recibió la parroquia misionera de Nátaga (1904) que servirá de punto de
partida de la misión de Tierradentro, erigida posteriormente como Prefectura
Apostólica (1921) y donde aún hace presencia la Congregación. Por varias décadas hubo misiones populares en
el Tolima y en el Huila. El Seminario
de Ibagué abrió sus puertas a la Congregación en 1908 y después de tres décadas
quedó en manos del clero diocesano. En
1951 regresaron allí los hijos de San Vicente hasta hoy.
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Obras de genuina cepa
vicentina y de meritorio recuerdo fueron también: la Prefectura de Arauca,
extenso territorio de misión muy apreciado por la Comunidad, que estuvo a cargo
de la Congregación por 40 años (1916-1956), cuando pasó a manos de los
misioneros javerianos. La Casa Central de Bogotá, que desde 1919 pasó a ser sede de todo el estudiantado y del
Visitador; estuvo en pie hasta su lamentable demolición en 1975. El
Seminario de Garzón fue recibido en 1920 pero fugazmente; allí se volvió en
1943. El de Santa Marta, confiado a la
Congregación en 1941 (hasta 1968 el mayor y 1978 el menor). La casa de Cartago
(1944) que desde entonces alberga a los cohermanos mayores trajinados en la
brecha misionera.
La celebración del
centenario se cruza con la de los cincuenta años del Vaticano II, lo que quiere
decir que la mitad de nuestra historia se ha desarrollado al ritmo de la
renovación conciliar. Se corre el riesgo,
al hacer este elenco de fundaciones, de caer en la omisión, sin embargo muchas
obras de este período se podrían al menos mencionar porque no se han borrado de
la memoria misionera de la Provincia:
misiones en Boyacá, Montería, Viejo Caldas; seminarios de San Gil,
Zipaquirá, Fusagasugá, Bolivia, Indígena Paéz.
Vivo se conserva aún el recuerdo del paso por la parroquia piloto en
Medellín, desde donde se irradió la renovación conciliar. Lo mismo habría que decir de El Páramo
(Santander). Posteriormente otras mieses
se fueron presentando: misión del Bajo Cauca, seminarios diocesanos, servicio a
otras provincias. No puede dejarse de un
lado el servicio a las Hijas de la Caridad sobre todo con la formación
espiritual y la actualización doctrinal que le han ofrecido sus
directores. La ya mencionada
preocupación por la formación de los
nuestros se ha desarrollado en las casas propias de Santa Rosa (Apostólica),
Central (Paiba), Sepavi (filosofado en Medellín) y Villa Paúl (teologado en
Funza).
Ha sido un siglo de
presencia en la vida eclesial colombiana, aportando a la evangelización desde
el carisma. Como lo dijo también en su primera crónica el P. Gustavo
Foing, esta patria ha sido una “tierra
bien constituida para recibir las obras de la Congregación, San Vicente, con
toda decisión, quiso tomar posesión de
este país”.
_________________________________________________________________________________
Marlio Nasayó Liévano; c. m.
INTRODUCCIÓN
Dentro del marco del
año centenario de nuestra provincia, osadamente me propongo incursionar en las
relaciones mutuas que han existido entre la Congregación de la Misión y las
Hijas de la Caridad, especialmente en lo relacionado con los primeros años y
las implantaciones de ellas en Colombia.
Inspirado en el
Eclesiástico y en Proverbios[1]
para esta reflexión que nos congrega ahora, permítanme que estos brochazos que
voy a trazar, sean un sencillo elogio y gratitud a nuestros hermanos y hermanas
de generaciones de primera hora, que abrieron la trocha del Evangelio de Cristo
y que nos mostraron la grandeza del Señor en la escuela de San Vicente. Pero en
especial a las mujeres fuertes cuya estima ha superado largamente a la de las
piedras preciosas.
Una reflexión como ésta
no parte de un erudito en el tema, sino del cariño de un misionero que ha
recibido mucho de hermanas y misioneros,
y que con un sentido grande de gratitud quiere dejar para la historia esta
reseña histórica, digna de toda crítica y con la apertura necesaria para que
brille la realidad de la verdad.
I.
EL QUERER DE NUESTROS FUNDADORES
Y LA FIDELIDAD A SU ESPÍRITU
Inicio
esta charla tomando el aporte de sor Lilia García Isaza, antigua Visitadora de
la provincia de Cali y Consejera General de la Compañía de las Hijas de la
Caridad: “La historia de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la
Caridad, se ha ido tejiendo desde los orígenes, por el hecho de tener un mismo
Fundador y una misma misión. Esa maravillosa colaboración y complementariedad,
se ha llevado a cabo, conservando cada uno su autonomía y su identidad propia.
El
Superior General, colocado a la cabeza de las dos Comunidades, el Director
General y los Directores Provinciales, como sus representantes, han sido un
factor fundamental en esa colaboración y en la conservación del espíritu, en
medio de la unidad. San Vicente en su camino espiritual y apostólico, descubrió
que entre MISION Y CARIDAD, debe haber una íntima relación.
En
una carta escrita al Padre de la Fosse, le dice: “Las H. de la C. han entrado
en el orden de la Providencia, como medio que Dios nos ha dado para hacer por
sus manos, lo que no podemos hacer por las nuestras en la atención a los
pobres”. Consecuente con esta afirmación, San Vicente comprendió que, atender a
las hermanas, era en cierta forma atender a los pobres; por eso, desde los
comienzos de la Compañía, nombró sacerdotes como Directores”.[2]
Y
en este mismo sentido el actual Superior General P. Gregory Gay; C.M. afirma:
“Tengan los Directores provinciales la seguridad de que, sirviendo a las
Hermanas, están sirviendo a los pobres”.[3]
Las Constituciones de
la C.M. afirman[4]:
“Dado que la Congregación de la Misión goza de la misma herencia que las Hijas
de la Caridad, los misioneros se prestarán gustosos a ayudarlas cuando lo
pidan, especialmente en lo que concierne a ejercicios y dirección espiritual.
También colaborarán siempre con ellas fraternalmente en las obras emprendidas
de mutuo acuerdo”.
Y las de las Hijas de
la Caridad dicen[5]:
“Desde su origen, por voluntad de santa Luisa, la Compañía reconoce y acepta la
autoridad del Superior general de la Congregación de la Misión, que tiene, en
la Compañía, los poderes reconocidos por la Iglesia y por las Constituciones y
Estatutos”…Y en el inciso b: “Las Hijas de la Caridad ven en el Superior
General a aquel que las guía y las ayuda a mantenerse en el espíritu propio y a
cumplir su misión en la Iglesia”. Esta misión es confiada a su vez por el
Superior general al Director general[6],
figura que se remonta a los orígenes tal como lo hizo el Fundador al nombrar al
P. Antonio Portail. Pero en el orden práctico esta misión es confiada en
particular al Director provincial quien tiene la misión directa de animar, acompañar y ayudar en la
formación de las Hermanas[7], o
mejor digámoslo, es el conducto final que lleva a la cotidianidad de cada
hermana y cada comunidad local el espíritu dado a los superiores mayores.
II. LA C.M. Y SU APORTE EN EL NACIMIENTO DE LA
COMPAÑÍA EN COLOMBIA
Sacerdotes en la Antigua Casa Provincia en Bogotá- las Mercedes |
En la inmensa mayoría
de fundaciones de la C.M. en el mundo, la Comunidad ha llegado luego de la
brecha abierta por las Hijas de la Caridad. No pasó lo mismo en Colombia. Los
primeros Misioneros Lazaristas que arribaron a Popayán el 24 de noviembre de
1870 fueron los Padres Gustavo Foing y Augusto Rieux, pedidos por Monseñor
Carlos Bermúdez, obispo de esta ciudad para la dirección del Seminario.
A.
Las
fundaciones:
Bien pronto, la ciudad de Popayán apreció el ministerio formativo y misionero de nuestros
misioneros, pero urgía la atención a los pobres y enfermos para realizar
plenamente así el carisma de San Vicente. Con la insistencia y acompañamiento
de los misioneros, la municipalidad de la ciudad alcanzó de los superiores el
envío de las primeras hermanas a Popayán, puerta de oro para la implantación de
la Compañía en Colombia. El 18 de mayo de 1882 llegaron a Popayán 3 hermanas
francesas enviadas desde París y dos procedentes de Guatemala, enviadas por la
Visitadora sor Goeury.[8]
Llegaron a la casa de Caridad cerca del puente del Humilladero. Iniciaron su apostolado en el Hospital San José y en 1888 en la escuela San Agustín
situada en el centro del casco urbano.[9] Pronto el Señor las bendeciría
con buenas, abundantes y santas vocaciones siendo la primera de ellas Manuela
Isaac, hermana del gran literato Jorge Isaac, quien marchó a hacer el Seminario
en el Ecuador.[10]
Pero los Lazaristas
seguían abriendo trochas y abriendo nuevos surcos, ya éstos en Cali recibirían a las hermanas y las
apoyarían en el Hospital San Juan de Dios y en la escuela San José. Las
hermanas habían sido pedidas por el P. Severo González, quien había sido alumno
de los padres en Popayán y luego había estudiado en el Seminario de San Sulpicio
en París, donde había conocido a las hermanas. Ya existían 7 casas en Panamá y
Colombia, cuando el 18 de diciembre de 1884 llegaba el P. Jorge Reveilliere
como Visitador de los Lazaristas y primer director provincial de la nueva
provincia de las Hijas de la Caridad, junto con sor Stella Dardiñag como
Visitadora.[11]
Las hermanas pondrían su sede cerca de la Iglesia de San Francisco, residencia
que ocuparon hasta1948 cuando llegaron a la actual casa de la Avenida
Roosevelt.[12]
En
Santa Rosa de Cabal, el P. Juan Floro Bret había fundado la
Escuela Apostólica en 1894. Las hermanas abrieron escuela en 1897 y luego la
obra creció y así nació el famoso
Colegio Labouré. En estas obras como en la fundación del Hospital San Vicente
de Paúl, tanto padres como hermanas trabajaron mancomunadamente para hacer
realidad esta obra. Nos viene bien el hacer memoria que para la construcción
del hospital “los padres de la Apostólica bajaban los miércoles, con los
alumnos, para arrancar y rodar tierra”[13].
En los terrenos del actual colegio Marillac, en terreno donado por la
Apostólica y con la ayuda económica del P. Domínguez se construyó el Orfanato y
la actual capilla de San José.
Nátaga: Los misioneros habían escalado la escarpada montaña hasta el caserío de Nátaga en los albores de 1904. El deseo del P. Larquere era traer hermanas para escuela y colegio. El, con los cohermanos, y las gentes del pueblo edificaron la casa de dos plantas a donde llegaron las primeras hermanas en 1907[14]. En esta casona funcionó hasta hace unos 30 años el colegio, que dio lugar más tarde al actual colegio de Las Mercedes.
La Prefectura Apostólica de Arauca: En el año 1917 llegaron a Arauca las hermanas conducidas por el P. Joaquín María Puyo. Allí les esperaban los misioneros a la cabeza del Prefecto Apostólico Monseñor Larquere. El P. Víctor Cabal les construyó “casa pajiza con madera aserrada por él mismo y que transportó desde la selva rio abajo. Casa enorme que tenía capacidad para 10 hermanas y aulas para las niñas de la otrora pequeña ciudad llanera. Esta casa existió hasta 1957 cuando se construyó la actual Normal”[15]. También las hermanas llegaron a Tame pero su permanencia allí fue efímera, no así en Chita donde desde 1919 permanecen en el servicio de los pobres[16].
Iglesias construidas en Tame y en Arauca. |
En la Prefectura Apostólica de Tierradentro:
El P. Luis Tramecourt, como inspector de educación vio las grandes dificultades
que había en la educación, por eso “con dineros de su propio peculio compró una
casita de bahareque y techo de astilla que se hallaba situada en el costado
occidental de la plaza que se acababa de trazar. La acondicionó lo mejor
posible”[17],
así llegaron en 1917 las cuatro primeras hermanas. Pasando los años, llegamos
hasta la década del 50 y encontramos al nuevo Prefecto Monseñor Enrique
Vallejo, quien con grandes desvelos hizo suya la obra de la Normal Nacional que
en su tiempo fue obra pionera en educación no sólo para Tierradentro sino para
las regiones circunvecinas. En 1923, el P. Tramecout preparó una amplia casa de
dos plantas en Inzá y les confío la escuela de niñas que hasta no hace poco
dirigieron con gran acierto y altura.[18]
Y hasta aquí a grandes
brochazos, las obras de nuestras hermanas en los inicios de la misión en
Colombia, obras en las que nuestros hermanos de la primera hora allanaron el camino, para el
asentamiento de las Hijas de San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac en
esta patria colombiana.
Iglesia de Belarcazar en Tierradentro |
B.
El
servicio de los directores:
Me remito al estudio
del P. José Ángel Palma, quien nos da la cronología de los directores y
visitadoras provinciales de la provincia de Colombia con sede en Cali y luego a
partir de la división de la provincia de Bogotá, el nuevo elenco de visitadoras
y directores. Lo relacionado con la provincia de Bogotá es aporte del actual
director provincial P. Luis Alfonso Sterling. Así tenemos toda la gama de
directores en el acompañamiento de las hermanas:[19]
Siendo visitadora sor
Dardignac (1888) y sor Senac (1896) estuvo como director el p. Jorge Reveillere
(1888); en tiempo de la visitaduría de sor Henry (1900), de sor Covigny (1919)
y sor Courbin (1930) las acompañó como director el p. Juan Floro Bret (1900);
Siendo todavía visitadora sor María Luisa Courbin le correspondió como
directores el p. Víctor Prades (1932) y el p. Enrique Fourcans (1940); en la
visitaduría de sor Jaqueline Lefebvre
(1954) aparece como director el p. David González (1954). En el tiempo de sor
Lilia García (1962) están como directores el p. David González (1962), el p.
Alfonso Gutiérrez (1963) y el p. Jhon de los Ríos (1970) quien acompaña a sor
Lida Aguilera (1974) y a sor Edilma Aristizábal (1980); el p. Ricardo Luna
(1982) le correspondió la visitaduría de sor María Cristina Guzmán (1986) en cuyo
periodo también recibe como director al p. Noel Mojica (1988) y al p. Alfonso
Mesa (1993); al entrar sor Blanca Libia Tamayo (1995) recibe también como
director al p. Aurelio Londoño (1999). Y viene el actual director el p. Ricardo
Antonio Querubín quien después acompaña la visitaduría de sor María Lía Giraldo
(2003) y sor Gloria María Aguirre (2012).
Ante el crecimiento de
las vocaciones y la extensión de las obras por el país y Venezuela, se vio la
urgencia de dividir la provincia en dos. Las hermanas eran 1.139 y había 138
casas. Así, pues, el 17 de noviembre de 1957 se nombró al P. Martiniano
Trujillo subdirector y a partir del 15 de marzo de 1959, nombrado como
Director, cuando se creó la Provincia de Bogotá, que fue inaugurada en el año
1957 con sede en la actual casa del Barrio Samper Mendoza. .
Esta es la secuencia de
directores y visitadoras[20]:
DIRECTORES:
1957-
1966: P. Martiniano Trujillo.
1967-1972:
P. Hernando Escobar.
1973-1975:
P. Jorge García.
1975-1979:
P. Aurelio Londoño.
1979-1985:
P. Jorge Escobar.
1986-1992:
P. Fenelón Castillo.
1992-1997:
P. Ricardo A. Querubín.
1997-2004:
P. David Sarmiento.
2004-2010:
P. Pedro Martin González.
2010-2013:
P. Luis Alfonso Sterling.
VISITADORAS:
1957-1969:
Sor Clemencia Rengifo: En 1957 al crearse la Viceprovincia, fue nombrada para
este oficio, luego a partir del 15 de marzo de 1959, Visitadora.
1969-1978:
Sor Ana Julia Valencia.
1978-1984:
Sor Inés Vargas.
1984-1990:
Sor Lorenza Naranjo.
1991-1996:
Sor Gilma Zúñiga.
1997-2006:
Sor Hilda Aponte.
2006-2013:
Sor María Nubia Quintero.
La
animación de las Hijas de la Caridad a través de los siglos ha tenido una gran
evolución. Hasta no hace muchos años el director provincial era un superior
mayor y esto nos indica su injerencia directa en la organización y en la toma
de decisiones de muchos asuntos de la marcha y vida interna de las hermanas. El
cambio de horizonte viene diseñado en nuestros tiempos por las últimas
Constituciones y Estatutos, cuya aprobación dio la Santa Sede en el año 2004. Para
ser fiel a este espíritu, me remito a esta Regla de vida al citado número 75ª a
- b y al artículo escrito por el actual director General P. Patrick J. Griffin[21]:
La misión del director es animar,
acompañar y ayudar a formar a las hermanas.
Pero
sí los parámetros de servicio han cambiado no así el espíritu de la Compañía,
que no es otro que la intuición de los fundadores de ser fieles al servicio de
los pobres y el cumplir esta misión dentro de la comunión eclesial. Recuerdo
que hace varios años dialogando con el antiguo Director General P. Fernando
Quintano, me decía que un director provincial puede pasar 5 años participando
en los consejos sin decir una sola palabra, pero que en determinado momento
puede hablar, y por ejemplo referirse a una realidad que no sea acorde con el
espíritu de la Comunidad, como cuando ve que el servicio de los pobres en una
obra concreta no se está dando, y su voz tiene que ser escuchada y seguida. Es
que la misión fundamental del director es la de salvaguardar el carisma y espíritu
propio de la Compañía. Pero se suman otras características esenciales como son
la de acompañar y ayudar en la formación.
Y
revisando las páginas de la historia, vemos como la Congregación siempre ha
elegido lo más granado de sus misioneros para el servicio de las hermanas. El
primer director P. Jorge Reveilliere era un misionero todo terreno y siendo de
lo más selecto de la Comunidad fue enviado a abrir el camino y sabiamente
impregnó a las primeras nativas en el espíritu de los Fundadores; más cercanos
a nosotros están el espíritu misionero con que impregnó a las hermanas el P.
David González o el espíritu optimista y emprendedor del P. Martiniano
Trujillo. La renovación de las hermanas en el espíritu conciliar tiene un
nombre de imborrable memoria en las hermanas de Bogotá en la persona del P.
Hernando Escobar. Y no nombro a quienes siguen el peregrinar terreno para no
herir su modestia y humildad. Sin duda alguna que la acertada dirección de
nuestros misioneros ha sabido encauzar a las hermanas en la orientación, la
animación en la formación tanto ayer como hoy, haciendo que el espíritu genuino
no se desvirtúe.
C.
El servicio de los predicadores y confesores
En gran medida uno de
los baluartes que han tenido las hermanas para conservar el espíritu propio, el
crecer en la espiritualidad cristiana y vicentina, como el avanzar en el campo
de la formación permanente, tiene entre otros elementos la dirección y
predicación de los retiros anuales, los cursos de formación, la dirección
espiritual y el servicio del sacramento de la penitencia, por parte de lo más
selecto de nuestros misioneros. Quienes son hermanas de la primera hora no
olvidan la dedicación y acierto de los padres Rafael Domínguez, José María
Guerrero y José Manuel Segura. Y en los tiempos más recientes los padres
Alfonso Tamayo, Álvaro Paqueva y Álvaro Quevedo. Y entre los confesores los
padres Agustín Ayalde, José Naranjo y Ramón
Mora. Y en la formación permanente en el antiguo centro de formación religiosa de Las Mercedes, Monseñor Jorge García
y el P. Adolfo León Galindo.
III.
LAS
HIJAS DE LA CARIDAD Y SU APORTE A LA C.M.
Visita Padre Slatery (Superior general de la Congregación de la Misión) a Colombia 1959 |
El P. Richard Mc Cullen en alguna ocasión afirmó que es mucho más grande el apoyo que nosotros recibimos de las Hijas de la Caridad que lo que nosotros les damos. Qué gran verdad de la que todos somos conscientes.
A. La colaboración material
Merece especial atención el hacer memoria de la casa de Cali: Cuando las Hijas de la Caridad decidieron dejar la casa de San José y se trasladaron a la actual casa de la Avenida Roosevelt, “…con mucho acuerdo señalaron generosamente un buen lote para que sus hermanos en San Vicente construyesen y tuviesen una morada en las cercanías de las mismas con quienes son en Cali sus principales ministerios”[22]. Así el 1 de febrero de 1955 se dio principio a la casa donde actualmente está la parroquia de San Vicente de Paúl y la casa de los misioneros, a donde llegaron el 3 de diciembre de este mismo año. El P. Fenelón Castillo, en la parte de historia de la provincia que ha escrito para el centenario provincial dice:”También se debió a la generosidad de las hermanas la construcción de nuestra capilla, que será después constituida iglesia parroquial”[23].
Esta casa en la mente de sus generosas donantes tenía como fin principal que allí viviera el Padre Director de ellas y los demás misioneros que secundaran su vocación de Hijas de la Caridad. Así a lo largo de casi sesenta años los padres les han prodigado en este acompañamiento espiritual, como a la vez han trabajado apostólicamente en la parroquia aledaña a la casa provincial, la atención a los peregrinos en el providencial santuario de la Medalla Milagrosa y el apoyo apostólico dispensado con el carisma vicentino en la ciudad y desde allí a otras regiones de la patria.
B. La labor vicentina en los Seminarios
Pero el apoyo de nuestras hermanas se ha dado en variadas formas, una de ellas es el servicio humilde, callado y abnegado que durante muchos años prestaron en el campo de la formación de los nuestros y de los sacerdotes diocesanos, en varios de nuestros economatos: en Ibagué (1920), la Apostólica (1925), Tunja (1931), Campamento (Popayán ?) Paiba, nuestra antigua Casa Central (1944 ?), estancia que se prolongó en la Soledad y se continuó en Funza. Cómo no traer a colación y esto lo recuerdan con viva memoria nuestros veteranos misioneros, los cuidados de sor Teresa Terán en Paiba, especialmente en los hechos dolorosos del 9 de abril de 1948, cuando se arriesgó con algunas empleadas a correr por potreros en medio de peligros para ver cómo se encontraban y llevar comida a los misioneros y seminaristas que estaban detenidos! Más cercanas a nosotros, las indelebles figuras, llenas de entrega y dedicación de sor Cecilia Isaza, sor Gabriela Medina, sor Trinidad Cuellar, para mentar las que más tiempo estuvieron con nosotros. En Popayán las figuras de sor Filomena Arango y sor Rebeca y Eloísa Díaz y ni qué hablar de la bondad y dedicación de sor María Duque en la Apostólica.
C. En el campo de la evangelización
En la brecha misionera, las hermanas como Juan Bautista allanaron los caminos para la evangelización en Tierradentro, Arauca, Nátaga…Ya en tiempos posconciliares recordemos la ayuda que varias hermanas tuvieron en las misiones con el P. Luis Antonio Mojica en Boyacá y Santander. No se puede olvidar la presencia misionera y eficaz, pero tristemente efímera, en la organización de la educación, el servicio de los enfermos y el trabajo en la organización de los libros parroquiales, en la misión de Guaranda. Más recientemente la colaboración invaluable en la misión de Wila en Tierradentro y el acompañamiento en el nacimiento y desarrollo del Seminario Indígena Páez, y cómo no valorar el actual trabajo conjunto en el sector de Vitoncó.
D. La fraternidad en el campo vocacional
Con cierta frecuencia y sobrada razón, nuestras hermanas afirman “nosotras les enviamos muchas y buenas vocaciones, no así ustedes con nosotras”. Y tienen toda la razón. Pues bien, bástenos recordar dos testimonios de larga vida misionera: los padres José David Morales quien fue apoyado por sor Potier, hermana de nuestro recordado Prefecto Apostólico de Arauca; y el P. David Sarmiento por las hermanas de la Colonia de Sibaté.
Son vivísimos los recuerdos y más cercanas a nosotros, por decir sólo algunos casos: de las hermanas Ocampo, Sor Clemencia y Sor Mélida, quienes apoyaron entre otros a los padres Francisco Javier Quinchía y Luis Hernando Gil. De sor Marina Ortega, sor Teresa Arango, y sor Lucía Nieto…para sólo mencionar a algunas hermanas de Cali. Y de Bogotá sor Margarita Riaño, sor Marta Triviño, sor Stella Jiménez…..y muchas más que sólo Dios sabe quiénes son, porque sus nombres en expresión de San Vicente “están escritos en el libro de la Caridad”. Bien pueden decirlo varios de nuestros misioneros como los padres Edilberto Botía, Leonidas Giraldo, Gregorio García o Edgar Zapata. Ha sido un trabajo de seguimiento, acompañamiento, oraciones, correcciones y generosas ayudas económicas…y no han faltado casas de hermanas donde han hecho ayunos y sacrificios por nuestros futuros misioneros, casos que bien conozco y que para no herir la modestia de estas hermanas y casas, me reservo mencionar.
No es exagerado afirmar, que la provincia de Colombia no sería lo que es, si a lo largo de este centenario nuestras hermanas no hubieran estado a nuestro lado trabajando codo a codo con nosotros en los campos del Señor. Qué mejor ocasión para tributar nuestra gratitud por todo el empeño que han puesto en el crecimiento y fidelidad al carisma del Fundador. Quedamos con una deuda con ellas ¿Cómo pagaremos tantas y generosas bondades dispensadas?
A
MODO DE CONCLUSIÓN:
Ha sido el P. Robert
Maloney, quien nos ha abierto nuevos horizontes en la cooperación de la F. V.
Si en el pasado “el intercambio de dones” como hermosamente lo dice el P. Elí
Chaves en su artículo “La unión y la colaboración en San Vicente y sus luces
para hoy”[24],
se daba esencialmente entre la C.M. y las HH.CC. como lo hemos visto y con
grandes frutos. Pero hoy la nueva evangelización a la que está abocada la F. V.
y nosotros como parte de ella, nos lleva a leer con una mirada nueva el ejemplo
de San Vicente que supo articular fuerzas, organizar las buenas voluntades,
sentirse necesitado del otro y abrirse a la ayuda mutua. Esta visión del
Fundador nos anima a trabajar en primer lugar con las Hijas de la Caridad, pero
abriéndonos al horizonte de las demás fuerzas de nuestra Familia.
EL P. Chaves insiste en recobrar la virtud de la humildad que nos lleva a vaciarnos de nosotros mismos, de la arrogancia, la prepotencia y la autosuficiencia…para darnos cuenta que nosotros solos, no lo podemos todo y que el trabajo en red implica el intercambio de dones y carismas. De esta manera podremos crecer en la caridad y en una verdadera alianza, en la misión vicentina que todos hemos recibido.
Y con el poeta Antonio Machado podemos decir que juntos, hemos hecho un camino al andar…Y con San Pablo afirmar[25]: “Pero en todo caso, permanezcamos firmes en lo que hemos logrado”…Y con base en el pasado providencial en el que el Señor nos ha asistido, otear las mieses copiosas que nos esperan en el hoy y el futuro de la Congregación, de la F.V. y de la Iglesia.
«Dejemos obrar a nuestro Señor; es obra
suya;
y como él quiso comenzarla, estemos seguros de que la acabará, en la forma que
le sea más agradable».[26]
Santa
Rosa de Cabal, 27 de septiembre de 2013
[1]
Eclo. 441, Prov. 31,10.
[2]
Apuntes de sor García Isaza Lilia, H.C. 16 de julio de 2013.
[3]
Directorio del Director Provincial de las Hijas de la Caridad. Pág. 6
[4]
Constituciones y estatutos de la C.M. Numeral 17.
[5]
Constituciones de las HH. CC. Numeral 64,a.
[6]
Ibid. Numeral 65.
[7]
Ibid. Numeral 75 a-b.
[8]
Apuntes de sor García Isaza Lilia, H.C. Op. cit.
[9]
González Rengifo David; c.m. “Espíritu de las Hijas de la Caridad en Colombia”.
1882 – 1982. Ed.
Mimeografiada. Cali1882 - 1982. Pág.8
[10]
Apuntes de sor García Isaza Lilia, H. C. Op. cit.
[11]
Ibid.
[12]
Ibid. Pág.8.
[13]
Ibid. Pág. 16.
[14]
Ibid. Pág.65.
[15]
Ibid. Pág.96.
[16]
Ibid. Pág. 100.
[17]
Ibid. Pág. 98.
[18]
Ibid. Pág 102.
[19]
Palma Castillo José Ángel; c.m. “Escribiendo la historia de la casa de Cali.
2013. Pág.27 – 28.
[20]
Sterling Motta Luis Alfonso; c .m. Doc. 30 de mayo de 2013.
[21]
Vincentiana. Año 53. N° 3. 2012 – Pág. 323.
[22]
Naranjo Echeverry José, c.m. Apuntes para una historia de la C.M. en Colombia.
Tomo II. Pág. 28.
[23]
Castillo Arce Fenelón, c.m. – Historia de la provincia de Colombia. Cap. III.
Pág. 19.
[24]
Vincenciana. Año 56 – N°4 – 2012. Pág.418 – 429.
[25]
Fil. 3,16.
[26]Coste
Pedro, c.m. - SVP III,10
Me gustaría conocer más sobre ustedes 3107675889
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